Baile de espadas

Los caballos producían un sonido sordo al golpear sus cascos contra el barro. Los jinetes cabalgaban con rapidez para resguardecerse de la intensa lluvia. Al cabo de un rato de cabalgar, divisaron un hostal al lado del camino. ‘¿Estará allí?’ se preguntaban los cuatro jinetes. No tardarán en descubrirlo.

Se dirigieron a la caballeriza, donde un mozo ató a sus caballos y les procuró comida y agua. Los jinetes fueron entrando uno a uno en la taberna. Primero fue el capitán de los exploradores de Odena, Conn Ravenswood, quien llevaba la capa y la capucha verde típica de los exploradores. Bajo el manto llevaba una espada corta y una pequeña ballesta, propia de los guerreros rápidos y ágiles como él, los cuales están entrenados para matar al enemigo antes de que este sepa siquiera que ha ocurrido. Ravenswood había conseguido su puesto no solo por sus dotes de mando, sino también por ser el explorador más rápido y certero de toda la ciudad de Odena.

En segundo lugar, entró Claire Lancaster, capitana de los Caballeros del Escudo. Debido a su estatura, la capitana tuvo que inclinarse ligeramente para entrar por la puerta. Iba recubierta por una gruesa armadura y a su cintura colgaba su fiel espada Salvaguarda. La capitana de la compañía del Escudo era muy conocida y respetada. Era considerada una de las mejores espadas del reino y una de las mejores capitanas entre las numerosas compañías que pululaban por Arcadia.

Después de ella entró Moses, quien sacudió su cabeza de lado a lado haciendo que su largo pelo desprendiera numerosas gotas de agua, que mojaron todo el suelo. Se trataba del guardaespaldas y perrito faldero de Lancaster, un granjero que había alcanzado su puesto con perseverancia y, porque no decirlo, con cierto juego sucio y trabajos más sucios todavía.

Por último, entró, más bien se precipitó, a la oscura taberna Anya Malestorm. La novata del Escudo había demostrado grandes dotes de lucha. Esto añadido a que sus padres eran unos poderosos aristócratas le valieron un puesto privilegiado en la compañía, por lo que su primera misión consistía en acompañar a la capitana, observar y mantener la boca lo más cerrada posible. La nueva miraba con un brillo en sus ojos toda la estancia, Moses la miró y mostró una sonrisa. Anya al darse cuenta rápidamente se puso seria. El perrito faldero había estado todo el viaje diciendo que la novata era una niña de papa y que seguramente esta era la primera vez que se alejaba tanto de casa. Su observación no andaba muy lejos de ser cierta, Anya había salido pocas veces de su ciudad natal y solo se había codeado con aristócratas, con lo cual la vida de peregrino y las gentes mundanas despertaban en ella una curiosidad que saltaba a la legua. Intentó mostrarse como una veterana, pero todo lo que había allí despertaba su yo curiosa e infantil.

La posada, iluminada apenas por una lámpara enorme del techo, estaba envuelta en una neblina producida por el tabaco de los clientes. Al entrar los cuatro caballeros todos se giraron bruscamente y los miraron, cuando Lancaster se quitó la capa de viaje y mostró su insignia y su espada, la taberna entera volvió a sus asuntos con el ruido y ajetreo que antes había, sabiendo que si se entrometían en los asuntos de los Caballeros del Escudo acabarían mal.

Los cuatro se dirigieron a la barra. El olor a cerrado, alcohol y tabaco se les incrustó en la nariz. El ambiente era entre lúgubre y triste, pero Anya encontraba cierto encanto en él. El humo, que se quedaba suspendido cerca de las cabezas de la gente, junto a la luz tenue tenía un aspecto mágico, como si de la tienda de una adivinadora se tratara.

Conn se apoyó en la barra y se dirigió al que parecía el encargado, mientras discutía sobre el hospedaje y el pago con el dueño, Moses echó un vistazo al lugar. Claire ya le había dicho antes de entrar que era improbable que él se encontrara allí, que les llevaba demasiado de ventaja. Moses aun así no pudo evitar observar detenidamente a cada persona por si divisaba algo inusual. Solo vio a una serie de hombres y mujeres cansados después de una larga jornada de trabajo y que intentaban divertirse un poco. Iba a abandonar en su empeño cuando su oído captó un jaleo más ruidoso de lo normal. Dio unos pasos hacia delante para ver mejor de donde venía ese ruido. Al estirar el cuello vio que el ruido venía del fondo de la posada. Entrecerró los ojos y allí lo vio.

En una especie de zona apartada se encontraba una mesa más grande que las demás. En ella había reunidos un grupo grande de personas que reían sin parar, este grupo se dirigía hacia un punto concreto de la mesa que al parecer era el centro de atención. Cuando dos personas se apartaron Moses pudo ver quién era el centro de atención. Era él. Al que estaban buscando. Allí se encontraba Lucius. Al parecer estaba contando anécdotas graciosas mientras rodeaba con cada brazo a un chico y una chica. El grupo allí apiñado lo formaban jóvenes más o menos de su edad. Lucius parecía desprender un aura carismática que atrajo a ese gentío. Todos reían hasta llorar y cuando podían volvían a llenar la jarra de la celebridad.

El susodicho se contraía y daba espasmos por las carcajadas, producida por sus mismos chistes. De vez en cuando decía algo al oído del chico y de la chica que estaban a su lado, ellos reían tímidamente y se echaban miradas cómplices. De vez en cuando se arrimaba a ambas personas y hacía contacto más directo, a lo que ambos jóvenes contestaban con risitas y le apartaban en una especie de juego. La chica vio que se le había vaciado el vaso, se apresuró a llenárselo y acercárselo a la boca ya que ambas manos de la celebridad estaban ocupadas. Al terminar el trago volvió a hacer una graciosa observación casi gritando, todos estallaron en risas y Lucius se contrajo en sus estúpidos espasmos.

Moses tenía los ojos abiertos como platos. Una pátina de sudor recorrió su frente. No podía creerse que se encontrara allí mismo. Después de días de persecución lo habían encontrado en una mugrienta taberna. El perrito faldero avisó a su ama lo más calmadamente que pudo. Esta giro en redondo y dirigió su mirada a donde le señalaba su lacayo. Una amplia sonrisa, casi demencial, apareció en la cara de Claire Lancaster. Dio una señal al resto para ponerse en guardia, se dirigieron al fondo de la posada. El tabernero les siguió con la mirada y se temió lo peor.

Se pararon enfrente del grupo de jóvenes. Claire era la que más adelantada estaba, Moses se encontraba a su izquierda y Conn a su derecha, Anya estaba a la derecha de este. Claire miro a Ravenswood y este asintió. Carraspeo fuertemente para hacerse de notar. El gentío siguió de espaldas a ellos. Conn volvió a carraspear y tosió con fuerza. Nada. Lancaster, la cual tenía la mecha bastante corta, se impacientó y tomo aire. Sus dotes de mando y autoridad las concentró en su garganta para proferir solo dos palabras pero que retumbaron en todo el edificio:

—¡Lucius Blackheart!

No solo el grupito de jóvenes, sino toda la sala calló al instante y se giró sobresaltada hacia la capitana. Unos cuantos se echaron a un lado y dejaron que Lucius viera a quien le había nombrado. Este seguía con una sonrisa de niño juguetón, como si supiera que esto iba a pasar.

—Pero mira quien tenemos aquí, nada menos que a la capitana Lancaster en persona, querida me-

—Ahórrate tus estupideces Lucius, sabes perfectamente porque estamos aquí.

El gentío se fue dispersando y el resto de la cantina se levantó para ver bien que ocurría. Los más avispados se refugiaron detrás de la barra o salieron por patas. Lucius inclinó ligeramente la cabeza, le molestaba que le interrumpieran. Soltó una risita de niña que irritaba considerablemente a Moses.

—Querida amiga, ¿no pensarás destrozar esta dulce velada al resto de comensales? Por favor, sentaos y discutamos esto como personas civilizadas, ¿de acuerdo?

Con un ligero movimiento, casi imperceptible, Claire le dio una orden a Ravenswood, que se encontraba a su derecha. Este en un abrir y cerrar de ojos sacó su pequeña ballesta y disparó contra Lucius. El virote rozó la mejilla de este y se clavó en la pared de atrás. El chico y la chica, a quienes Lucius aún tenía rodeado por sus brazos, emitieron un pequeño grito por el susto. El chistoso notó como una gota de sangre brotaba del corte que le había provocado el proyectil. Poco a poco la sonrisa se le desapareció del rostro. Miró al explorador.

—Chico, estás jugando con fuego.

—Basta de tus gilipolleces Blackheart —profirió Moses— Venimos oficialmente en nombre del Señor de Valleblanco y no oficialmente por casi una treintena de señores para capturarte vivo por tus numerosos crímenes: asesinato, robo, violación, extorsión, destrozos…

—Shhh, un momento, un momento. No he hecho nada de eso, bueno tal vez lo de asesinato y robo, pero en mi defensa-

Claire desenvainó rápidamente su espada. Debido a su tamaño esta llegaba perfectamente casi a tocar la cara de Lucius, al otro lado de la mesa. Lucius posó sus ojos en la punta de Salvaguarda. Apartó a sus dos acompañantes, indicándoles que se alejaran.

—Amiga mía, parece que hemos empezado con mal pie —mientras decía esto se fue incorporando poco a poco.

El resto de los caballeros desenvainaron y se pusieron en posición de guardia. Lucius se quedó entre levantado y sentado y fue posando sus ojos en cada uno. Analizó a los jinetes y fue sacando conclusiones. Pudo entrever por el rabillo del ojo como el chico que se había sentado con él le estaba mirando fijamente y este asentía con la cabeza.

—Así que así va a ser ¿no?

—Lucius, ni se te ocurra —dijo Lancaster.

—Tarde.

El chico lanzó al aire una espada que guardaba entre sus ropas. Moses, intentando adelantarse a su acción, rebanó el pescuezo del joven, pero fue demasiado tarde. Lucius, como si de un felino se tratara, esquivó la espada de la capitana. Con una velocidad increíble saltó por encima de Salvaguarda y cogió su espada al vuelo, dirigiéndose hacia el explorador. Conn apenas pudo cargar su segundo virote cuando, con un movimiento muy elegante, Lucius le cortó la cabeza. Anya se quedó paralizada y apenas pudo hacer nada. El delincuente saltó de la mesa haciendo una voltereta en el aire. Se encaró con los tres que quedaban. La chica que había acompañado a Lucius se encontraba debajo de una mesa. Este la sacó por la fuerza y le quitó una espada que llevaba guardada en la falda. Después de una patada la alejo de él.

La sangre empezó a brotar del cuello de Conn Ravenswood y a manchar el techo de la taberna. Algunos profirieron un grito y hubo una estampida de gente que salía corriendo.

Claire y Moses se adelantaron y Anya se quedó detrás de ella. Moses descolgó el escudo que llevaba a la espalda y se preparó. Lo mismo hizo la novata, que ya se había repuesto del shock inicial. La taberna ya había sido casi vaciada, excepto algunos locos que querían presenciar la pelea. El tabernero seguía detrás de la barra con una expresión de horror total.

Lucius palmeo las empuñaduras de sus espadas, un poco más largas de la que tenía Conn, cuyo cadáver daba espasmos en el suelo. El asesino sonrió al ver esas máquinas de matar en sus manos y comenzó a hacerlas girar. La rapidez y soltura con que blandía las dos espadas hizo poner en tensión a los tres caballeros. El espadachín miró por encima de Moses y vio el cadáver del chico. Su rostro ya no mostraba a un niño juguetón y travieso, sino a un tigre listo para dar caza a su presa.

—Con lo fácil que habría sido parlamentar —dijo Lucius.

Se lanzó contra la capitana y el perrito. Lucius era de complexión delgada, Moses era más o menos de la misma estatura, pero más corpulento y Claire le sacaba dos cabezas. Pese a esto el forajido hizo bailar sus espadas y se enfrentó a la vez a los dos guerreros.

Moses cubrió el primer ataque con su escudo, pero para su sorpresa el golpe del graciosillo le hizo trastabillar. Claire alzó su espada y la dejó caer con fuerza. Lucius paró el ataque con sus espadas. Claire apoyó todo su peso encima de él y Lucius empezó a ceder.

—Buf, capitana le han dicho alguna vez que es usted diabólicamente fuerte.

Ella hizo caso omiso de sus bromas. Dio un paso atrás y le propinó una patada en el pecho que le mando varios metros hacia atrás, chocando contra una mesa. El tabernero se apresuró a interponerse entre los combatientes y grito con voz en cuello.

—Alto mis señores por favor, van a destrozar mi local.

Lucius se levantó ágilmente y volvió a encarar a su enemigo. El iluso hombre se encontraba en su camino. Con un rápido movimiento le desgarró el cuello y el tabernero se desplomó sobre un charco de sangre. La arteria cortada manchó el suelo, la pared y parte de la cara de su asesino.

Moses se apresuró a unirse al combate. Esta vez los dos caballeros comenzaron a girar alrededor del criminal, manteniendo siempre una postura defensiva. El espadachín mantuvo los brazos bajados y fue girando conforme lo hacían sus contrincantes. Con un leve gesto Lancaster indicó a Moses que atacara. Este en vez de lanzarse a por Lucius hizo un amague y fue ella quien lanzó una estocada. Ambos se encontraban en lados opuestos. El tigre comenzó de nuevo su baile de espadas. Desvió ligeramente la estocada y paró un ataque furtivo del lacayo, con velocidad abismal. Comenzó una serie de ataques y contras de cada frente. Lucius, para admiración de Anya, mantenía a raya a ambos guerreros usando un brazo para cada uno. Incluso para Claire Lancaster, una luchadora legendaria, le era muy difícil traspasar la espada del delincuente. Él iba girando sobre sí mismo, intercalando cada brazo unos segundos con cada combatiente. En un momento Lucius lanzó una patada al escudo de Moses para alejarlo, entonces aprovechó para atacar con ambas espadas a la capitana, ya que era la única forma de vencerla.

Anya estuvo pasiva todo ese rato hasta que vio que la defensa de su jefa iba a ser superada. Sin pensárselo mucho se lanzó contra el hombre que la mitad de los señores del reino buscaban. Anya creía que atacaba desde su punto ciego, craso error. Lucius giró en redondo y paró el ataque. Mostró su sonrisa casi de niño a la atacante y se lanzó sobre ella. Apenas pudo parar el aluvión de ataques que le enviaba, uno de ellos golpeó el lateral de su escudo y dejó a descubierto su pecho. Cuando Blackheart iba a lanzar la estocada mortal la portentosa Salvaguardia cortó el aire entre ellos dos.

Lucius dio una serie de saltos ágiles hacia atrás. La capitana posó una mano en el peto de Anya y la empujó hacia atrás.

—¡Te dije que solo nos cubrirías las espaldas!

—¡¿En serio traes a una virgen a atraparme?! ¡Lani, eso es una falta de respeto incluso para ti! —profirió el fugitivo.

Los sentidos felinos de Lucius le advirtieron de algo. Giró hacia un lado y esquivó por los pelos la espada del lacayo.

—Se avisa antes de dar por detrás a alguien.

Las ocurrencias del asesino no alteraban nada a Lancaster, sin embargo, Moses caía fácilmente en estas provocaciones. Antes de que a Claire le diera tiempo a colocarse al lado suya para ayudarle, su guardaespaldas se lanzó violentamente contra Lucius. Este fue desviando los ataques hasta que uno de ellos le hizo soltar una espada y la mandó lejos. Moses, confiado, fue a golpearle con su escudo para derribarlo. El depredador solo tuvo que dar un paso hacia atrás, el ataque de Moses al no encontrar oposición le hizo trastabillar hacia delante y descubrir su guardia. Lucius se agachó ligeramente mientras avanzaba, rápidamente pero con elegancia, liviano como una pluma pero mortal como una flecha. Empuñó su espada con ambas manos y cuando estuvo lo bastante cerca se incorporó violentamente. La espada atravesó la mandíbula inferior y salió por la coronilla del lacayo de Lancaster, quién vio sus últimos días en una taberna de carretera.

Blackheart no se quedó parado, se apoyó en el cadáver del bueno de Moses y sacó su espada para cubrir el ataque de Claire. Salió disparado hacia atrás y por poco cayó al suelo. Apartó de una patada una serie de sillas para poder encarar mejor a su contrincante. Esta vez hacia bailar solo una espada. La capitana tenía ya gotas frías de sudor que le recorrían la frente. Echó una mirada a sus dos compañeros muertos y suspiro con furia. Miró hacia atrás y sus ojos se posaron en los de Anya. Le asintió y ella hizo lo propio. Esta vez las dos mujeres se adelantaron a enfrentar al asesino, hombro con hombro. Lucius respiraba pesadamente.

—La verdad es que sería más justo si me dejarais que cogiera mi otra espada… ¿no?... ¿ni siquiera un cuchillo?

Ambas atacaron al unísono. Él desvió ambos ataques solo con una espada. Esto se repitió varias veces hasta que pudo desviar el ataque de Lancaster, pero no el de Anya, quien le hizo un corte en el hombro izquierdo. Lucius se alejó bruscamente y se apretó la herida. Las guerreras no desaprovecharon el momento y lanzaron otra oleada de ataques. Lucius tuvo que tomar una decisión en una milésima de segundo, decisión que le podría costar muy caro. Con toda su fuerza desvió violentamente la espada de Claire. Anya se acercaba mortalmente hacia él. Con sangre fría Lucius alargó la mano y cogió la espada de la novata por la hoja. Empezó a brotar sangre de sus dedos. El asesino aguanto el dolor. Hizo girar a Anya y le puso la espada al cuello y la usó de escudo. Lancaster se dirigió hacia él.

—Shhh, alto capitana, sino quieres quedarte sin pupila.

Fue andando hacia atrás hasta que su pie hizo contacto con su otra espada. Lucius sonrió maléficamente.

—Lucius, piénsalo, si la sueltas puede que tenga clemencia de ti y te acuse solo de un par de asesinatos. Sino irás directo a la horca —la capitana intentaba dialogar lo posible con él.

—Mmm, tentadora oferta. También puedo matarla a ella y luego a ti y salir de aquí sin que nada me pase, ¿Qué te parece?

—Una mierda, no saldrás de aquí impunemente malnacido —escupió Anya.

Lucius se quedó impresionado por la valentía de su cautiva y soltó su risita de niña característica.

—Vale, tienes agallas, eso me gusta. Mira, que tal si quedamos en algo intermedio.

Blackheart con un movimiento rápido hizo dar una vuelta a Anya, le agarró el escudo y tiró de él, estirando el brazo izquierdo de la chica. Con un golpe seco cortó el brazo de Anya Malestorm casi por el codo. Ella profirió un grito ensordecedor y calló al suelo agarrándose el brazo.

Lucius con un pie levantó la espada que había en el suelo y se encaró a Lancaster. Esta tenía la cara contraída y, ahora sí, mostraba una ira asesina en sus ojos. Apretó tan fuerte la empuñadura de su espada que sus dedos crujieron. Lucius volvió a mostrar su fila de dientes y dijo:

—¿Empezamos?

El baile de espadas volvió a comenzar. Claire lanzó una estocada y Lucius respondió con un bloqueo normal, lo que no se esperaba era la fuerza con que venía el ataque, que le desbarató la guardia. Ella aprovechó para lanzar un ataque rápido y poco contundente. Un profundo corte apareció en un costado de Lucius. Visiblemente agotado del combate, el asesino se lanzó en un último ataque. Ella desvió los aguijones. Él esquivo los martillazos. Ella soltó un puñetazo a su cara. Él lo recibió a gusto, giró sus espadas como unas aspas de molino. Ella no tuvo que esquivar nada, las hojas crearon cortes en la gruesa armadura. Una estocada al cuello. Ella esquivó y agarró su brazo y lo lanzó contra la barra. Él giró hacia un lado. Salvaguardia se incrusto en la barra, partiéndola casi del todo. Él creyendo que no le daría tiempo a sacarla se lanzó con ambos aguijones. Ella sacó la espada y paró en seco las dos espadas, con una mano agarró la hoja de su espada y empujó hacia él. Empezó a retroceder. Empujó con más fuerza. Dio un giro hacia un lado.

Ella se precipitó hacia adelante, pero se recompuso, giró en redondo, con ambas manos en la empuñadura y descargó su espada a donde debería estar él. Él no estaba donde debería estar. La espada de ella resonó contra el suelo. Las espadas de él descendieron con fuerza. Ella posó una rodilla contra el suelo. Él cayó agotado.

Claire tenía los ojos cerrados. Los abrió lentamente esperándose lo peor. Contempló impasible, como si la cosa no fuera con ella, sus manos. A la derecha le habían cercenado tres dedos, la izquierda directamente había sido cortada por la mitad. Lancaster viendo eso asintió, asimiló y aceptó lo que acababa de ocurrir.

Lucius se apoyó en la barra y se incorporó con dificultad. Se puso delante de ella y la miró. La capitana levantó la cabeza y le devolvió la mirada. No lo parecía, pero al asesino le costó horrores mantener su mirada fija a esos ojos.

—Lo siento Lani, no quería que acabara así.

—Cállate.

—¿Cómo quieres que se haga?

—Soy un caballero, tendré una muerte de caballero, dame mi espada.

Lucius acató la orden y le acercó Salvaguarda a su dueña. Ella costosamente empuñó la espada y puso su punta contra su pecho. Con dificultad descubrió su busto. Respiró profundamente. Pero antes miró a Blackheart.

—Mi camino se termina, pero Blackheart, el tuyo no ha acabado y a diferencia del mío, tu pasarás un infierno.

Con estas palabras clavó su espada en su pecho y cerró los ojos. A Lucius le sorprendió que aun muerta, seguía con la postura de la rodilla hincada en el suelo. Casi como si ni un vendaval pudiera derribarla.

Blackheart suspiró y miró a su alrededor. Ya no quedaba nadie en la taberna. Se dirigió a recoger sus cosas. Antes de irse se paró junto al chico que le había lanzado la espada. Este tenía los ojos abiertos. Se los cerró y le besó la frente. Cogió una antorcha y prendió fuego al cadáver.

Al salir por la puerta vio que la lluvia había amainado. Dio una serie de pasos hacia el establo, pero se paró en seco y vomitó. Cuando se hubo recompuesto se limpió y fue a por su caballo. Salió galopando lo más rápido que pudo, para no volver jamás. Nunca volvía. Y de esta forma siempre sería Blackheart.

Cuando ya las llamas se habían hecho casi con toda la posada la puerta se derribó con una violencia sobrehumana. De entre el fuego salió Anya Malestorm, quien llevaba a cuestas a su antigua maestra y con su brazo amputado cogía difícilmente a Salvaguarda. Dio unos pasos, se tambaleó y cayó al barro. En ese instante comenzó a llover. Anya se incorporó y envuelta en barro miró a su capitana y luego a su brazo aun sangrando. Luego miró en la dirección en la que se había marchado Lucius. Ni siquiera la tormenta que comenzó en ese instante acalló el grito de Anya.

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